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“Recorriendo el alma de Argentina en dos ruedas”
Me llamo Leandro Dagotto, tengo 48 años, soy de Ramos Mejía
(provincia de Buenos Aires) y en redes sociales me conocen como @lean_rider_76.
Soy un apasionado motoviajero y hace años decidí recorrer solo los caminos de
Argentina. Lo que comenzó como un viaje se transformó en una forma de vida, una
manera de reencontrarme con mi país y conmigo mismo. Comencé mi travesía con una RVM Tekken 250. Hoy, ya con
muchos kilómetros en el cuerpo, sigo viajando con una CF MOTO 450 MT, una moto
que me da más seguridad y libertad para llegar aún más lejos. Cada ruta es distinta. Desde los paisajes áridos y
sobrecogedores del norte salteño hasta los lagos helados y cielos infinitos de
la Patagonia, me enfrento a caminos difíciles, climas impredecibles y largos
tramos en soledad. Pero esa soledad se transforma en tiempo valioso para
pensar, para mirar y para conectar con lo que me rodea. En cada parada me esperan historias. Encuentros espontáneos
con lugareños que me invitan a su mesa, me comparten una charla o simplemente
me dan una sonrisa. La hospitalidad argentina es una constante en el camino. Hoy, cada vez que comparto una foto o relato en redes, no
solo muestro un paisaje: muestro lo que significa vivir esta experiencia.
Porque viajar solo no es estar solo. Y porque las rutas todavía guardan una
magia que solo se revela a quienes se animan a salir.

Los cinco lugares que le volaron la cabeza a Leandro Dagotto de la Argentina
Puesto
N°1: En moto al techo de la Ruta 40, mi aventura en el Abra del Acay, provincia
de Salta.
No
sé en qué estaba pensando cuando decidí subir el Abra del Acay en moto. Tal vez
fue el impulso, las ganas de probarme, o simplemente esa curiosidad que me pica
cada vez que escucho la palabra "imposible". Lo cierto es que esa
mañana, con la mochila liviana y el tanque lleno, encaré la subida más loca que
hice en mi vida. Desde
el principio, la Ruta 40 ya te da señales de que no va a ser fácil. Ripio
suelto, curvas cerradas, el aire seco de la puna y una soledad que no se parece
a nada. A medida que ganaba altura, la moto empezaba a vibrar raro, como si
también sintiera el esfuerzo. No había margen para errores. Un resbalón ahí
arriba y terminas abajo sin que nadie lo note por días. El
viento no ayudaba. Soplaba fuerte, frío, de esos que te pegan como bofetadas.
Cada curva era un logro, y cada vez que me detenía a respirar —porque el aire
empieza a faltar de verdad— miraba alrededor y pensaba: “¿Quién me manda a
meterme en esto?”. Pero también sentía algo raro en el pecho, una mezcla de
miedo, adrenalina y felicidad.
Cuando
llegué al cartel que marca los 4.895 metros sobre el nivel del mar, no lo podía
creer. Me bajé de la moto como pude, con las piernas medio flojas y el casco en
la mano. No había nadie. Solo ese silencio enorme que hace eco dentro tuyo.
Saqué una foto, pero la verdad es que ninguna imagen puede mostrar lo que se
siente ahí arriba. Después
de un rato, me senté en el suelo con la espalda contra una roca, mirando el
camino que había dejado atrás. Sentí que estaba en el fin del mundo. O en el
principio. No sé. Pero sé que fue uno de esos momentos que se te quedan
clavados para siempre. Bajé
despacio, cuidando cada movimiento, con el corazón lleno y el cuerpo agotado.
El Abra del Acay no es para cual quiera. Pero si lo hacés en moto, lo sentís en
cada hueso… y también en el alma.

Puesto
N°2: Rumbo a Iruya, un viaje al borde del abismo, provincia de Salta.
Salir
rumbo a Iruya en moto es una aventura que no se olvida. Desde que salí de
Humahuaca, con el tanque lleno y el alma abierta, ya sabía que no iba a ser un
camino fácil. Pero nada te prepara realmente para lo que viene: curvas
cerradas, precipicios sin baranda y paisajes que parecen de otro mundo. La
ruta comienza asfaltada, tranquila, casi engañosa. Pero a los pocos kilómetros,
el pavimento desaparece y empieza el ripio. El ascenso por la Cuesta de El
Condor es un espectáculo brutal. A más de 4.000 metros de altura, el aire se
hace más liviano y la moto parece esforzarse por cada metro ganado. Las curvas
son estrechas, y cada una regala una postal distinta: montañas multicolores,
nubes a ras del suelo y un silencio que sólo se rompe por el motor. En
algunos tramos, tuve que parar a respirar. No por el cansancio, sino por la
emoción y el vértigo. El abismo está ahí, a centímetros. Es un camino que te
exige atención total, pero también te premia con una sensación de libertad
salvaje. Una vez que pasás el punto más alto, comienza el descenso hacia Iruya:
un pueblito que aparece como suspendido entre las montañas, escondido como un
secreto bien guardado. Llegar
a Iruya en moto es una experiencia que no se puede explicar del todo. Hay que
vivirla. Es más que un viaje: es una conquista personal, una prueba de coraje y
una lección de humildad ante la inmensidad de la naturaleza. Si tenés la
oportunidad, hacelo. Pero andá con respeto, con buena preparación… y con el
corazón listo para sorprenderse.

Puesto
N°3: Ruta 1 en Río Negro con acampe libre en Bahía Las Rosas – Ripio, mar y
soledad.
Receta
motoviajera:
Ingredientes:
1 moto con ganas de polvo y viento salado
1 carpa bien curtida (y que aguante el viento patagónico)
Un par de días libres y cero apuros
Agua, comida, y combustible (acá no se improvisa)
Mapa offline o buen GPS, porque señal... ni noticias
Espíritu aventurero y corazón abierto
Preparación:
1. Salís de Viedma con el tanque lleno y la ansiedad en marcha. La Ruta 1 no tiene nada de asfalto: es ripio desde el primer metro, y eso ya pone el tono de la aventura. Es una ruta costera, desolada y mágica. Vas bordeando el mar, con acantilados, playas escondidas y un viento que no perdona, pero que también limpia la cabeza.
2. Pasás por La Lobería, El Cóndor, y Bahía Creek. En cada lugar, si querés, podés frenar a tomar unos mates con vista al infinito. Pero la joyita viene más adelante.
3. Bahía Las Rosas no tiene carteles luminosos ni nada que te diga “llegaste”. Tenés que estar atento, porque es uno de esos lugares que parecen secretos. Acantilados rojizos, mar bravo, y un silencio enorme. El acceso suele ser medio complicado, más si llovió, pero con paciencia y buen ojo se llega.
4. Acampás libre, donde el viento te deje armar la carpa sin que salga volando. No hay servicios, así que todo lo que necesités, lo llevás vos. Pero la recompensa… hermano… dormir con el sonido del mar, cocinar con la hornalla mientras cae el sol y el cielo se prende de estrellas... eso no tiene precio.
5. A la mañana siguiente, te levantás con el salitre en la ropa y una paz enorme en el pecho. Seguís la ruta o te quedás un día más. No hay reglas. Sólo vos, la moto y esa sensación de que todo está donde tiene que estar.
Notas
del chef motoviajero:
No
subestimes el viento: puede volverte loco si no estás preparado.
Siempre
avisá a alguien tu ruta, porque hay tramos muy solos.
Llevá
bolsa de residuos: lo salvaje se respeta.
Y
sobre todo: disfrutá. Esta parte de la Patagonia es de las que no se olvidan.
Una
ruta cruda, solitaria, hermosa. Ideal para reconectar con lo esencial. La Ruta
1 no es fácil, pero si la encarás bien, te regala uno de esos viajes que se
quedan con vos para siempre.

Puesto
N°4: Villa Pehuenia, Caviahue y el Salto del Agrio – Con nieve, ripio y alma
llena, provincia de Neuquén.
Salí
de Villa Pehuenia con el cielo bastante despejado, la moto cargada y ese
cosquilleo en el cuerpo que te da cuando sabés que se viene algo bueno. Mi plan
era simple: agarrar el ripio hasta Caviahue, disfrutar el paisaje y terminar el
día en el Salto del Agrio. Nada muy loco… hasta que la montaña me cambió los
planes con una nevada que no me esperaba para nada. La
Ruta 13 arranca tranquila, de esas que te obligan a ir despacio y mirar. Las
araucarias aparecen por todos lados, el ripio está algo suelto pero manejable,
y vas sintiendo cómo el paisaje te va envolviendo. Cuando empecé a subir el
Paso del Rahue, el cielo ya se había puesto medio gris y el viento empezó a
empujar con ganas. Y ahí, sin aviso, los primeros copitos. Pensé que era una
llovizna rara, pero no… era nieve. En
minutos, el camino empezó a blanquearse y se armó una postal tremenda. Yo iba
despacio, medio tenso, porque la moto patinaba de a ratos, y con esa mezcla de
miedo y fascinación que sólo la nieve te puede dar si vas sobre dos ruedas. No
te voy a mentir, se me cruzó la idea de pegar la vuelta, pero algo me tiraba a
seguir. Sentía que estaba en algo especial, algo que no pasa todos los días. Cuando
llegué a Caviahue, ya estaba todo cubierto. El pueblo parecía salido de una
peli, con las casas llenas de nieve, la gente paleando las entradas, y ese
silencio que solo hay cuando nieva. Me temblaban las manos, pero más de la
emoción que del frío. Encontré un hostel calentito, me saqué las botas
empapadas, y me tiré en la cama con una sonrisa enorme. Afuera seguía cayendo
nieve, adentro charlábamos con otros viajeros como si nos conociéramos de
antes. Al
otro día salí al Salto del Agrio, medio embarrado todo, pero con ganas de ver
ese lugar. El camino estaba pesado, tierra volcánica mojada, pero seguí igual.
Y cuando llegué… qué decirte. El salto rodeado de nieve, las piedras de
colores, ese ruido del agua cayendo con fuerza, y yo ahí, solo, mirando como un
nene. Me quedé largo rato, sin decir nada, sólo sintiendo. Este
viajecito cortito me sacudió. La nieve no estaba en los planes, pero terminó
haciendo todo mucho más mágico. A veces, cuando todo se complica un poco, es
justo cuando pasan las mejores cosas. Y esta fue una de esas.

Puesto
N°5: Ruta 40 de Cafayate a La Quiaca – Una sacudida al alma, provincia de Salta
y Jujuy.
Salí
de Cafayate bien temprano, con la moto cargada y el corazón latiendo fuerte. El
sol ya pegaba lindo y la Ruta 40 se estiraba frente a mí como una promesa. No
sabía exactamente con qué me iba a encontrar, pero tenía claro que no iba a ser
un viaje común. Los
primeros kilómetros son engañosamente tranquilos. Cafayate queda atrás con sus
viñedos prolijos, y de a poco el ripio empieza a decir “acá mando yo”. La moto
se zarandea, el polvo sube, y yo aprieto los dientes y el manubrio. Pasar por
Angastaco y Molinos fue como viajar en el tiempo: pueblos chiquitos, gente
simple, un ritmo de vida que no tiene apuro. Me tomé un cafecito en la plaza
con un par de viejos que me largaron historias de esas que te dejan pensando. Cachi
fue un respiro. Un pueblito hermoso, de esos que invitan a quedarse. Pero sabía
que lo más bravo estaba por venir. Salir de ahí rumbo al Abra del Acay es como
jugarse el todo por el todo. Más de 4.800 metros de altura, viento helado,
curvas que parecen dibujadas por un loco y un paisaje tan increíble que te dan
ganas de parar a cada rato… pero no podés, porque la ruta no perdona. Ahí sentí
que la moto y yo éramos una sola cosa, y que todo dependía de cómo nos
bancáramos el uno al otro. Después
del abra, ya con el cuerpo cansado pero el alma llena, llegué a San Antonio de
los Cobres. Frío, mucho frío. Pero una calidez humana que te abriga por dentro.
Desde ahí, fue seguir rumbo al norte, cada vez más arriba, más solo, más metido
en un mundo donde los paisajes te sacuden sin pedir permiso. Pasé por pueblos
como Susques, Abra Pampa… lugares donde el tiempo se mueve distinto. Y un
día, ahí estaba: La Quiaca. No hubo aplausos, ni fuegos artificiales. Sólo una
sonrisa tonta bajo el casco y un suspiro largo. Lo había hecho. Había cruzado
uno de los tramos más salvajes y hermosos de la Ruta 40. No llegás siendo el
mismo que salió de Cafayate. Este viaje te cambia. Te prueba. Te enseña que no
hay GPS que te diga cómo seguir, sólo instinto y muchas ganas de seguir
rodando.
No
es para cualquiera. Pero si te animás, vas a entender por qué tantos soñamos
con esa línea eterna llamada Ruta 40.
4
reseñas
Sandra
Viernes 27 Jun 2025
Que bueno Lean, bellos lugares me fascinaron! Segui disfrutado mucho, beso enorme 😊
Emiliano
Viernes 27 Jun 2025
Que bueno Lean, siempre te molesto con lo mismo, pero para mi ya necesitas un buen canal de youtube, y tambien te comprometo publicamente para ser mi guia cuando tenga la moto...
Por otro lado, muchas veces digo lo mismo, soy fotografo y en un viaje puedo hacer mil imagenes, pero los lugares tienen energia, tienen olores, sonidos, mil cosas que solo se pueden sentir estando in situ.
Para el que lea esta reseña... viajar es la mejor inversion para un ser humano, conocer otras culturas definitivamente nos hacen mejores personas, los lugares y su gente, sabores nuevos y todo lo que eso implica, sea en moto, en auto, en bondi o a dedo...!! gracias por mostrar una parte de nuestra hermosa Argentina, saludos, Emiliano.
Por otro lado, muchas veces digo lo mismo, soy fotografo y en un viaje puedo hacer mil imagenes, pero los lugares tienen energia, tienen olores, sonidos, mil cosas que solo se pueden sentir estando in situ.
Para el que lea esta reseña... viajar es la mejor inversion para un ser humano, conocer otras culturas definitivamente nos hacen mejores personas, los lugares y su gente, sabores nuevos y todo lo que eso implica, sea en moto, en auto, en bondi o a dedo...!! gracias por mostrar una parte de nuestra hermosa Argentina, saludos, Emiliano.
Mirta Beatriz
Viernes 27 Jun 2025
HERMOSOOOOO HIJO.!! Felicidades, a seguir cuidándote en cada viaje y a DISFRUTAR .HERMOSO RELATO Y MUY BUENA EXPERIENCIA.
Eda Dominga Herminia Busso
Jueves 26 Jun 2025
Felicitaciones querido sobrino nieto me encantó leer tu relato es como si hubiera viajando con vos por esos
bellos lugares de nuestra querida Argentina!!!!
bellos lugares de nuestra querida Argentina!!!!