Gonzalo Augusto Firpo - CRUZANDO CAMINOS

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Gonzalo Augusto Firpo

MEMORIAS DE VIAJES > Espacio Literario Viajero
“Mis viajes en moto por Argentina”
Por GONZALO AUGUSTO FIRPO (2016)


Un poco de historia – Los inicios (1995)
Tuve mi primera moto a mediados de los años 90´s con 19 años de edad recién  cumplidos y flamante carnet de conducir para estrenar (Licencia para autos y motos de baja  y alta cilindrada). La recuerdo como si fuera hoy mismo, era una Motomel de 175 centímetros  cúbicos de potencia, de 2 tiempos con mezcla de aceite; era cuadrada, chata, fea, de las  llamadas de calle, pero china, con rayos en las ruedas y de color bordo. Nada llamativa. Llegó  a mí sin querer y sin desearla ya que la recibí como pago de un trabajo realizado por mi  cuenta cerca de mi casa y aunque ya sabía manejar motos con cambio y embriague no era  algo que me llamara realmente la atención, mucho menos algo que deseara hacer el resto de  mi vida.   La cara de desconcierto y pocos amigos que habré puesto al recibir la moto como pago por  mi trabajo (cosa que no estaba dentro de lo acordado) habrá sido intimidante porque a los  pocos segundos me encontraba totalmente solo. Mi primera reflexión y/o pregunta al mirar  la motito ahí parada frente a mí fue exactamente:   _ ¿¡Y ahora!? ¿Ahora qué hago con esto?   Acostumbrado a conducir automóviles desde varios años antes y conociendo las  comodidades de dicho vehículo de cuatro ruedas no podía imaginar ninguna relación con esa  ni con ninguna otra motocicleta en el futuro… ni por los siglos de los siglos. Que equivocado  estaba y que curiosos son los designios de la vida y el destino. Ni yo, ni aquella motito, ni  cualquiera que me conociera entonces hubiésemos podido imaginar que muchos años  después de aquella “paga”, una moto y yo recorreríamos todo el territorio nacional juntos,  toda la República Argentina.   Para entonces mi vida atravesaba grandes cambios, había terminado el colegio secundario y  tenía la necesidad imperante de independizarme de mis padres y alejarme de las comodidades  del seno familiar para llegar a tener una vida más tranquila, nueva y en solitario, fue entonces  cuando un muy buen amigo me sugirió la idea de trabajar de motomensajero con la Motomel  175 y además me recomendó en una oficina de mensajería exprés para empresas. Fue en ese  trabajo cuando supe con claridad que el mundo de las motos y de los viajes en moto serían  mi más grande pasión. Dicha oficina donde comencé a trabajar se ubicaba en la zona norte  del Gran Buenos Aires a unos pocos kilómetros de la pensión donde me había instalado a  vivir solo. “Mail Express”, tal el nombre de mi nuevo trabajo, realizaba viajes en su mayoría  a la capital porteña, principalmente para grandes empresas tales como Coca-Cola, IBM o el  mismísimo Hipódromo de San Isidro de manera que a los pocos meses de haber comenzado  ya había recorrido con mi moto “los 100 barrios porteños”. Desde La Boca a Caballito,  Flores, San Telmo, Villa Urquiza, desde Retiro a Constitución, Floresta, Boedo, Liniers; del  barrio de Núñez a Parque Patricios y muchos más. También algunas ciudades aledañas a la  gran metrópolis, como San Martín, Vicente López, Avellaneda, Ramos Mejía, o las más  lejanas Belén de Escobar, Luján, La Plata o Campana y Zárate entre otras, siempre  trabajando.   En las horas de poco trabajo en la mensajería era cuando todos los compañeros y nuestras  motos nos juntábamos y mientras algunos las lavaban o retocaban alguna parte mecánica  otros nos las prestábamos para saber y sentir como andaban las demás máquinas. Yo era uno  de los más jóvenes y menos experto de manera que tuve la dicha de manejar motos más  grandes y lindas que la mía como por ejemplo una Suzuki chopera 450, una Husqvarna 250  y XR 600 ambas enduro o la pisterísima CBR 600. Recuerdo que la experiencia de pilotear  otras naves era realmente placentera y adoctrinante, y aunque todas me habían gustado  mucho solo una me subyugó por completo, me enamoró, fue la Transalp de 600 centímetros  cúbicos. Cuando el dueño de dicha moto me dijo que la podía probar unas cuadras casi me  caí de espaldas porque pensaba que no me la dejaría usar por su tamaño y gran valor  monetario; tardé tan solo unos segundos en saber en lo más profundo de mi ser que había  nacido para aquella moto y que el futuro nos depararía grandes y muchos placeres, cantidad  de caminos, rutas, paisajes, anécdotas y amigos. Al bajarme de la Transalp le dije a su dueño:   _ ¡Esa es mi moto! ¡Esa es la moto que quiero para mí! “No sé cuánto voy a tardar en tenerla  pero te juro que un día me voy a comprar una Transalp 90”.  ¡Exactamente 7 años tardé desde aquel día en comprar mi primera Transalp 600 modelo  1990! Y no fue la única, luego compré una modelo 1994.   Pero sigamos el estricto orden de los hechos sin adelantarnos. Después de dejar la  motomensajería y después de vender la Motomel 175 estuve algunos años sin moto y me  dediqué a otros trabajos hasta que finalmente pude comprar una flamante XR 250 c.c. del  año1994, moto de tipo enduro (motocross) que solo utilicé para pasear, viajes de pesca,  juntada con amigos y algunos aprendizajes mecánicos. Realicé algunos viajes cortos, aunque  inolvidables y hermosos, desde Campana a algún camping de la ciudad de Lima, partido de  Zárate, algún recreo en el Delta del Río Paraná o a San Fernando a visitar a mis viejos amigos.  Esta moto, mi segunda, también es un lindo recuerdo y además fue el último escalón hacia  mi máquina más preciada y esperada, la Transalp. ¡Si pudiera tener tres motos en mi garaje  esta XR 250 sería una de ellas sin lugar a dudas!   Un día en uno de los clasificados de un diario (no existía la compra/venta por internet… ni  internet) salió a la venta una moto como la que yo buscaba, el aviso rezaba así:    VENDO: TRANSALP 600. 1990. roja y blanca. Exel Est. pap al día. 08 firm.   Tuve que viajar hasta La Paternal para verla y poder negociar, pero llevé a un acompañante  en mi auto para que volviera manejando en caso de realizar la transacción, además llevé el  dinero que me habían dicho cuando llamé por teléfono y el casco que usaba en la XR, es que,  aunque no estaba del todo seguro y no la había visto en persona algo me decía que esa era  “la moto”, mi moto. Lo presentía.   Cuando llegué al lugar que me indicaron junto al estadio de fútbol del club Argentinos Juniors  vi la moto sin ninguno de los plásticos característicos que la embellecen, ni el encarenado y  bastante sucia; supe que era la del aviso pero mi decepción fue tal que el dueño se tuvo que  deshacer en palabras de disculpas aduciendo que no había tenido tiempo de armarla y que la  usaba sin ningún cobertor para preservarla y porque era tan linda que atraía indefectiblemente  a los dueños de lo ajeno (ladrones). Luego de que el dueño buscara los plásticos  cuidadosamente guardados y la armara en tan solo unos minutos, la Transalp quedó  perfectamente lista para partir.   Que bella moto, ni siquiera regateé el precio, ya era mía y para mí.   El sueño comenzaba a ser…



Villa Gesell - Mi 1° viaje “largo”
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Campana – Villa Gesell (Partido de la Costa – Bs As - 450km)
Recuerdo perfectamente que la Transalp la compré en diciembre de 2002 y emprendí  mi primer “viaje largo” el 01 de febrero de 2003, justo un día antes de mi cumpleaños número  26. He aquí dos cositas:   1) Lo de las comillas en la palabra “largo” o “viaje largo” es a propósito y se debe a que en  esos comienzos tan solo pensar en hacer 300 km en moto a cualquier lugar o centro turístico  era como una locura, algo difícil o irrealizable, tan solo recordemos que no existían los  teléfonos celulares comunes, ni digamos estos de la actualidad con mapas, servicio  meteorológico, cámara de fotos, filmadora y GPS; ni siquiera las estaciones de servicio  estaban tan cerca unas de otras como veo hoy mismo en mis actuales viajes por todo el país.  Podría enumerar otro montón de detalles que no hacían al viaje “un viaje tan de placer” como  hoy en día, existen en la actualidad sin ir más lejos calienta puños para los manillares del  manubrio para calentarse las manos mientras se maneja o chalecos térmicos que se enchufan  en un toma de 12 volts como los de los encendedores de los automóviles y viajás enchufado  calentito todo lo que quieras. ¡Antes sí viajar en moto era viajar! Hoy estadísticamente y en  el mundo de los viajes en moto se denomina “Viaje Largo” a aquel que demanda entre ida y  vuelta unos 2000 km, por eso las comillas a modo de llamado, en este 1° viaje apenas si  llegué a recorrer entre ida y vuelta unos 900km. (¡Y quede molido, roto!).  2) El hecho de cumplir años en plena ruta se transformaría con el pasar de los años, los viajes  y los kilómetros, en un ritual, un hermoso rito; la fecha de mi nacimiento ayuda por supuesto,  pleno verano en nuestro país, 02 febrero, vacaciones para todo el mundo, por eso y por mi  pasión por viajar en moto es que he cumplido años en muchos lugares distintos de nuestra  grandiosa Argentina.    Si bien tenía muchos kilómetros andando en moto como conté, no tenía ninguna experiencia  en viajes de placer en ruta y de tantos kilómetros juntos, de manera que con la ansiedad y  adrenalina jugándome en contra salí con más dudas que certezas a mi destino. Elegí la  Autovía 2 preferentemente porque es más transitada y temía que surgiera algún problema o  vicisitud. También hay que tener en cuenta que tampoco conocía mucho la nueva moto que  apenas la había comprado un mes y medio antes. Que sea pleno verano y que los kilómetros  hasta el destino no fueran muchos también fueron un acierto; lo que no fue un acierto y se  debió más a la inexperiencia ya mencionada fue el barato y maltrecho equipo de lluvia que  llevé y que tuve que utilizar desgraciadamente al regreso, el estado deplorable del visor del  casco (todo rayado) y el nulo conocimiento de mecánica, por suerte todos estos errores los  fui corrigiendo en los siguientes viajes cambiando la ineludible inexperiencia de los primeros  pasos por la grata experiencia de los golpes dados.   Recuerdo este viaje con mucho cariño por muchas razones, entre ellas como dije, porque fue  el primero de muchos que realizaría en el futuro con hermosos momentos e inigualables  fotografías por ejemplo en la altura de La Quiaca en Jujuy (3442 m.s.n.m.), la mole de hierro  del famoso Tren de las Nubes en Salta, el frío congelante de Ushuaia, el hermoso glaciar  Perito Moreno en Santa Cruz o las mismísimas Cataratas del Iguazú, entre otros bellos  lugares. Recuerdo también con mucho cariño este viaje porque a tan solo 250 km de haber  salido de Campana, mi ciudad adoptiva, ya me dolía todo el cuerpo y juro por Dios que no  sentía el trasero. Tuve que realizar una parada técnica en Dolores para recargar combustible  y estirar un poco las piernas y no quería saber más nada con seguir o ni siquiera pensar que  todavía me faltaban… ¡200 km más!   Hoy resulta gracioso y absurdo recordar el malestar que sentía en plena Ruta 2 en ese primer  viaje, y es que no mucho tiempo después mis viajes se multiplicaron en cantidad de  kilómetros  recorridos y he llegado a realizar de una sola tirada, es decir en el mismo día,  más de 1200 km parando tan solo para repostar combustible, y eso sin contar con las  comodidades y la velocidad que brindaba la hermosa Transalp ya que los últimos viajes  “realmente largos” los he realizado con motos de baja cilindrada, ¡Con todo lo que eso  significa!   En fin, fue realmente un bello viaje aquel a Gesell y la moto se comportó como lo que  realmente es, “una máquina fuera de serie”. Por mi parte yo me sentí realizado y en perfecta  consonancia tanto con mi moto como con la ruta y el paisaje.   No necesité mucha lucidez para saber que viajar en moto iba a ser mi más grande pasión y  que ese viajecito sería el principio de mis aventuras como motoviajero, aunque nobleza  obliga, no sabía todavía bien qué, cuáles o cuántos viajes realizaría, ni lo de las 23  provincias… ni lo de Latinoamérica, ni… ni… ni…   Volví a realizar dicho viaje en moto repetidas veces con el pasar de los años y es que Villa  Gesell y Mar del Plata son mis ciudades costeras del atlántico preferidas.

Luján - Rosario – Gualeguaychú
 
Luján Bs. As.– Rosario Sta. Fe –Gualeguaychú E. R.
 
 
De regreso de aquella primera vivencia realicé algunas incursiones de pocos kilómetros para seguir sumando experiencia y conocimientos, como por ejemplo a la Basílica de la Virgen de Luján por la Ruta Provincial 6 en Buenos Aires; a la ciudad de Rosario cuna de la bandera nacional en la vecina provincia de Santa Fe, todo por la Ruta Nacional 9 o a la provincia de Entre Ríos cruzando los grandiosos puentes del Complejo Zárate Brazo Largo por la Ruta Nacional 12.
 
A Luján y a la basílica propiamente dicho voy con asiduidad, un poco por la cercanía, otro poco porque es un hermoso lugar para recorrer, con mucha historia y lindos paseos como el mismo Río Luján. También voy rezar, aunque no soy muy religioso, ni voy a misa o a las iglesias los domingos tampoco soy agnóstico, de manera que en ocasiones suelo pedir por el bienestar de mis seres queridos, de hecho, mis tres hijas están bautizadas allí en la Basílica de Nuestra Señora de Luján. Muchas veces a lo largo de mis viajes me he sentido en las manos de Dios, es que viajar en moto puede ser por momentos realmente peligroso y sin dudas se llega a veces a poner en riesgo nuestras vidas. A lo largo de los 50.000 kilómetros de viajes en moto fueron muchas las veces que me encomendé a la Virgen de Luján y nunca, ni una sola vez me sentí desprotegido. Son costumbres, enseñanzas de cada uno, yo solo retrato mi experiencia, solo exponer las hermosas fotos y no contar que en ocasiones la he pasado realmente mal iría en contra de del verdadero valor de este testimonio de viajes.
 
El viaje a Rosario fue un verdadero placer ya que distaba a unos 200 kilómetros de Campana solamente y además daba mis primeros pasos en moto en una nueva provincia.  Pasé varios días en un camping a la vera del Río Paraná de las Palmas pescando y este hecho, el de acampar en mis viajes en moto, también se convertiría en una constante en los viajes venideros a lo largo y a lo ancho de toda la República Argentina.
 
Entre Ríos se convertiría en la tercera provincia en la que haría mototurismo, la ciudad de Gualeguaychú sobre la Ruta 14, sus bellas playas, boliches y campings agregarían unas hermosas postales a la incipiente carrera por descubrir todas y cada una de las provincias de Argentina viajando en moto.
 Sin saberlo aún cada paso que realizaba me iba llevando a transitar en dos ruedas cada pedacito de esta tierra argenta en armonía única con el paisaje, el clima y las personas con las que me iba encontrando. Las personas en el camino se irían transformando en piezas claves de cada uno de los viajes y muchas veces “del éxito” de alguno de esos periplos. Las personas de los pueblos más recónditos, las personas del medio del camino, “los amigos de las rutas” como me gusta llamarlos a mí. Conservo aún hoy muchos amigos de las rutas que me he cruzado, ¡En ocasiones afortunadamente!, en lejanos parajes y es que los viajes en moto se conforman de mucho más que sumar kilómetros y provincias, hay en ellos verdaderos lazos de comunión tanto con la naturaleza, como con los pueblos, a veces con la historia y por supuesto con las personas.
Cataratas del Iguazú - Misiones
Campana – Puerto Iguazú (E. Ríos – Corrientes –Misiones)
Corría el mes de julio del año 2004 cuando decidí largarme a las rutas otra vez para conocer las bellísimas Cataratas del Iguazú en la norteña provincia de Misiones. Mucho había leído respecto de estas bellezas naturales, sabía que están formadas por más de un centenar de saltos y que el más grande de ellos es el conocido como “Garganta del Diablo”; sabía también que se encuentran en un área protegida, que es una de las siete maravillas naturales del mundo y que en 1984 fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Debía atravesar por completo las provincias mesopotámicas de Entre Ríos, Corrientes y la misma Misiones. Unos 1250 kilómetros debía viajar asique alisté el mapa rutero de papel ya que no existían aun los GPS, el nuevo equipo para lluvia de color amarillo, algunas herramientas, la carpa, la bolsa de dormir y me largué. Crucé los puentes de Zárate Brazo Largo y me dispuse para pasar la primera noche en la ciudad entrerriana de Chajarí después de recorrer unos 415 km.
Fue un inicio de viaje tranquilo, ameno y llevadero. Estar en las rutas nuevamente era un gran placer y la moto se comportaba como un fino instrumento de precisión en equilibrio con el paisaje y el asfalto.
Con el amanecer del nuevo día ingresé por primerísima vez en la provincia de Corrientes con mi motocicleta y mis pertrechos, más precisamente en la ciudad de Mocoretá, siempre RN 14. En Paso de los Libres me detuve a darle de beber a la máquina y a comer algo livianito yo mismo. Aquí se dieron algunas cuestiones que se repetirían también a lo largo de cada uno de los viajes que realizaría en el futuro sin importar cuanta experiencia tuviera; a decir, comer liviano durante el viaje y no ingerir alcohol está en el ADN del motoviajero, es ley; consultar a los pobladores de cada lugar respecto del estado de las rutas y el mejor camino a tomar  y rellenar un deposito extra de combustible (Bidón) por si algún sitio donde llego no tuviera nafta, electricidad u otro tipo de impedimento para la reposición. Desde este viaje y hasta el fin de los días seguí esta ceremonia religiosamente.
Luego de pasar por Santo Tomé y Apóstoles me adentré, por vez primera también, en la provincia de la tierra colorada. Recuerdo perfectamente que tan solo traspasar unos veinte metros el límite interprovincial me detuve junto a la Transalp y pude sentir esa sensación única en donde la piel, el cuerpo y hasta el alma se regodean, y es que había llegado a la última provincia de mi nueva aventura, la más lejana del NEA (Noreste Argentino). Allí nomas comencé a retratar todo, a registrar todo para la posteridad: primero foto a la moto sola, después la moto y yo, yo y la moto… yo solo… la moto otra vez…
Todas las fotos con el cartel detrás de:
“Bienvenidos a Misiones”
Siempre me pasa (aún hoy) que los primeros kilómetros los recorro con un halo de dudas y más preguntas que respuestas, pero a medida que voy avanzando y devorando los caminos me voy soltando y comienzo a confiar más en mis sentidos, en mi moto y en mi buena fortuna.  Este viaje triplicaba la cantidad máxima de kilómetros recorridos por mí hasta el momento por eso algunos temores y la felicidad que me embargaba al llegar tan cerca de las cataratas.
Mi idea al estudiar el mapa (carretero de papel) en mi casa era la de pasar la noche en Posadas la capital de la provincia, pero al preguntar en la ciudad de San José respecto de que rumbo tomar me recomendaron que continúe hasta Alem y que pernocte en la ciudad de Oberá.
_ “Te conviene ir por acá adentro, es mucho más lindo el paisaje y… más para moto”
Yo que no conocía ninguno de los dos caminos acaté la sugerencia sin restricción alguna y no me arrepentí.
Misiones ciertamente es una hermosa provincia de punta a punta, como un inmenso jardín natural, digna de ser recorrida en cualquier vehículo y las Cataratas del Iguazú son como la rica frutilla de un postre. Misiones toda es bella, además de la protegida área del Parque Nacional Iguazú es una provincia habitada por muchas colectividades de otros continentes lo que la hace muy cosmopolita, si a esto le agregamos las Misiones Jesuíticas Guaraníes o las minas de piedras preciosas o todos y cada uno de los saltos y cascadas en su interior nos encontramos sin duda con una de las provincias más entretenidas y lindas de nuestro país. Misiones es a mí parecer, además de todo lo que dije, una provincia con una rica y gran historia.
Hay algunas ciudades donde podés encontrar una oficina de turismo a la vera de la ruta que te ayuda entre otras cosas con el hospedaje, los campings o algún lugar para comer además de las atracciones, hay otras ciudades o pueblos que no tienen este útil servicio. Oberá lo tenía y me conseguí un buen y barato hostal de esos compartidos. Por la noche recorrí el centro de la ciudad, la plaza principal, la iglesia y por último me senté a cenar en un restorán unos buenos espaguetis con boloñesa.
Al otro día salí rumbo a la ciudad de Puerto Iguazú, unos 275 kilómetros hacia el norte, allí me asentaría por unos días para recorrer dicha ciudad, las famosas “tres fronteras”, las mencionadas cataratas y quizás Foz do Iguazu en el vecino país de Brasil.
Camping y carpa mediante tuve la mala fortuna de ser testigo fiel de una torrencial tormenta con vientos huracanados en la primera noche por lo que tuve que pasar despierto dentro del baño con mis pertenencias y una decena de mojados acampantes más. Al fin al amanecer amainó el temporal de manera que por la mañana bien temprano y casi sin dormir me dirigí hacia el Parque Iguazú como tenía programado.
La ruta se interna en la selva rodeada de una vasta y colorida vegetación. Solo llegar a la entrada del parque, estacionar mi moto y colgar el casco fue un placer, saber que estaba allí y que había llegado en motocicleta después de tantos kilómetros, tantas provincias y varios días era realmente realizador. Tuve que dejar la Transalp allí abandonada por muchas horas para adentrarme hacia el complejo y recorrer todo el lugar que es realmente inmenso y con variados atractivos.
El valor de la entrada a las instalaciones tenía un precio para los extranjeros y uno más módico para los argentinos y debo decir que todas las boleterías rebosaban de argentinos, brasileros, holandeses, ingleses y de personas de todas las nacionalidades del mundo. Una vez dentro se puede elegir entre variados recorridos muy entretenidos antes de dar con la Garganta del Diablo, pero lo que es una constante y realmente agradable para los sentidos todos es la paz, tranquilidad y silencio que la selva te depara y el contraste con el energizante estruendo de las aguas precipitándose desde lo alto de cualquiera de los saltos que te toque apreciar. Lo primero que hice fue recorrer las distintas pasarelas del “Circuito Inferior” desde donde se pueden apreciar las cataratas al pie de los saltos. Uno queda realmente pasmado de tanta belleza natural y tanta majestuosidad. El boleto de entrada al parque incluía un pasaje para cruzar desde allí abajo el Río Iguazú hacia la Isla San Martín en donde una larga caminata te lleva a apreciar desde su interior la misma selva misionera, (parte de ella), contemplando a flor de piel parte de su variada y única flora y fauna.
Desde el área principal del parque se puede acceder a la estación de tren “Cataratas” que es un trencito no contaminante que se te interna hacia la selva y te conduce hacia la estación “GARGANTA” donde mediante pasarelas perfectamente construidas por el hombre podes acercarte a la verdadera atracción del lugar. Ya en el “Circuito Superior” la vista se te empacha y los olores, colores y texturas te extasían.
Recuerdo como si fuera hoy que comencé a caminar entre medio de la gente sin saber bien hacia dónde pero como atraído por una fuerza sobrenatural. Comenzas a recorrer las pasarelas sabiendo que de un momento a otro tenes que dar con la gran garganta; los ruidos aumentan, las correntadas debajo de tus pies más abajo de las pasarelas aumentan también de velocidad y sonoridad, y sin querer aceleras tus pasos, tu andar. De pronto un ruido distinto a los demás te llama la atención, pero no logras ver nada, el momento es único y especial. ¡Es especial!
Por fin en una vuelta de pasarela aparece ante tus ojos el centro mismo de Las Cataratas del Iguazú, “La Garganta del Diablo” está ahí y allí quedas mudo… pasmado. Las sensaciones de esa primera impresión son profundas y contradictorias, al menos para mí lo fueron; por un lado, comprendes que nada de lo que viste hasta entonces reúne las cualidades todas de esa belleza de la naturaleza, y por otro lado tomas plena conciencia respecto de lo pequeño e ínfimo, y de lo enorme y majestuoso.
La majestuosidad de esa increíble maravilla natural te quita el aliento, te obnubila por completo y te ubica en tu lugar… no somos nada en comparación con esa belleza, esas dimensiones, y uno ve allí plasmada en todo su esplendor la verdadera mano de Dios.  
¡Dios sí que sabe hacer las cosas bellas!
A pesar de que la cantidad de gente allí dificulta los movimientos y las libertades lográs sacar varias fotografías y lo más importante conseguís observar por largos minutos todo el paisaje, la descollante caída de agua y el resto de las cascadas en torno a la principal. Es realmente bellísimo y admirable. Recuerdo perfectamente una reflexión que hice allí mientras oteaba todo el horizonte y el divino arco iris que se formaba a lo lejos:
_ “Esto no tiene comparación con nada que haya visto antes, que suerte que tengo de estar acá y que grandioso que haya llegado en moto. Gracias Dios”.
Recuerdo también una pregunta que me hice en ese mismo lugar sin poder comprender mucho todo lo que veía:
_ ¿¡De dónde sale tanta agua!?
Es mucha agua derramándose por la Garganta del Diablo, millones de litros por segundo, una inmensa y bella cascada. Celestial. Es curioso que el nombre puesto por el ser humano sea asociado al diablo y no a los ángeles o a Dios. Lamentablemente somos así, errar claramente es humano, en fin…
Luego de estar todo el tiempo que consideré necesario allí emprendí el regreso primero a seguir paseando por el parque y luego a Puerto Iguazú.
Antes de continuar debo decir que tan solo una vez más en todos mis viajes volví a sentir algo tan lindo como lo que sentí al ver por vez primera Las Cataratas del Iguazú y fue en ocasión de conocer otra belleza natural que nada tiene que ver con el clima de estas latitudes, sino con un clima mucho más frío que este, fue en el gran glaciar Perito Moreno, mucho muy lejos de allí y también por supuesto en moto.
Devuelta en la ciudad preparé todo para ir a conocer al otro día por la mañana la triple frontera del lado argentino donde se juntan los límites de Paraguay, Argentina y Brasil y donde confluye la unión de los ríos Paraná e Iguazú. Por la tarde haría lo propio pero esta vez del lado brasilero.
Desde el lado argentino se puede ver claramente los hitos de cada país, un mini obelisco con los colores celeste y blanco de este lado, uno símil del lado brasilero, amarillo y verde, y en el lado paraguayo un monolito blanco, rojo y azul. Del lado argentino pude fotografiarme junto a los mástiles con las tres respectivas banderas y conversar un poco con los vendedores y otros turistas, además quedé maravillado con la vista del río y las tierras de los países limítrofes mencionados. Paseé y tomé fotografías ahí un buen rato. Finalmente me encaminé hacia la República Federal de Brasil. (República Federativa do Brasil).
Así las cosas, pasé las aduanas reglamentariamente y salí rumbo a la ciudad de Foz do Iguazú saliendo por vez primera de la Argentina en moto. Este dato no es menor ya que en los años venideros recorrería otros países de Sudamérica en motocicleta.
No tuve absolutamente ningún problema en cruzar las aduanas ya que tenía la moto y los documentos completamente en regla. Una simple revisión ocular de moto y papeles y a cruzar el puente internacional. Del puente recuerdo que la mitad del guarda rail de cemento estaba pintado con los colores celeste y blanco y la otra exacta mitad de verde y amarillo.  La vista desde allí es también descomunal y preciosa.
Si bien me perdí un poco en la ciudad brasilera logré dar con las tres fronteras y pude sacar algunas fotografías esta vez con el obelisquito “verde amárelo” junto a mí y el celeste y blanco allá a lo lejos cruzando el río. Estar en tierras ajenas fue, aunque breve, una grata experiencia. Luego de tomar algo allí y comprar unos recuerdos de ese país extraño para mí volví a las aduanas. Nuevamente no tuve inconvenientes al pasar.
Adiós República Federativa de Brasil, país soberano. Chau Puerto Iguazú. Adiós Hermosa Iguazú y tus bellísimas cataratas.
La hora de despedirme de Puerto Iguazú y comenzar el regreso se hizo presente, pero quedaba mucho por recorrer aún. La primera parada ya en pleno rumbo sur por la Ruta 12 fue en la ciudad de Wanda para deslumbrarme con las minas de piedras preciosas. Una visita con guía incluido me puso al corriente de la explotación y los atributos de dichos yacimientos de piedras semipreciosas de cristales de cuarzo, amatistas, ágatas y topacios entre las más importantes. Digno de ver y recorrer. ¡Deslumbrante!
Aunque comprar unas pequeñas rocas no estaba entre mis planes creo que tampoco lo habría podido hacer, pagar una piedra (por más energética y bella que fuera) mucho dinero no es algo que mi economía lo hubiesen permitido; aunque estaba volviendo faltaba mucho por rodar todavía.
La primera noche del regreso la pasé en Eldorado, en la casa de unos amigos, con la clara intención de visitar al día siguiente las Misiones Jesuíticas de San Ignacio a unos 60 kilómetros de la ciudad de Posadas. Este paseo fue realmente adoctrinante y conmovedor ya que estas ruinas de las misiones jesuíticas datan, según nos dijeron allí, del siglo XVII y fueron fundadas para evangelizar a los nativos guaraníes. En el año 1984 fueron declaradas Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO.
Fascinante paseo que lleva muchas horas y te impregna de historia. Altamente recomendable.
Ver esas edificaciones casi destruidas, pero aun en pie después de tantos años y saber que fueron hechas sin tecnología y a fuerza de hombre es tremendamente espectacular. Gracias a Dios están ahora bien cuidadas y son el fiel reflejo de la inventiva del hombre. La parte religiosa y la de los pueblos originarios es otro cantar que realmente también emociona.
En fin, hay que seguir camino.
Una vez terminar me dirigí a la capital provincial para recargar combustible, hospedarme, comer y dormir. Era mí última noche en Misiones, mi última noche de vacaciones, de viaje y de aventuras. Trataría de unir Posadas y Campana de un solo tirón saliendo muy temprano por la mañana. Unos 1000 kilómetros en un día sería una linda prueba, mis primeros 1000 kilómetros en una sola jornada, claro que no serían los últimos en los años y rutas venideros.
Buen clima, linda ruta, ciudades ya conocidas y hermosos e imborrables recuerdos para toda la vida. Exactamente 12 horas fue lo que tardé en llegar a mí casa. Salí de Posadas a las 8 de la mañana y arribé a Campana a las 8 de la noche. Un viaje de placer ciento por ciento, aunque con lluvia los últimos kilómetros.
Misiones es para mí (conozco las 23 provincias) una de las 3 provincias más lindas de nuestro grandioso país. Sin espacio a dudas.
                                                                                                           
San Carlos de Bariloche – Río Negro
S. C. de Bariloche 1600km (Bs. As.-

La Pampa- Neuquén-Río Negro)  La única manera de saber cuál es tu próximo viaje en moto es habiendo terminado el  último, dicho esto y con el vivo recuerdo de las cataratas decidí que debía superar la marca  de la cantidad de kilómetros hacia el norte, pero esta vez hacia el sur para sumar nuevas  provincias y ciudades. El lugar elegido esta vez sería Bariloche y es que no había vuelto allí  desde mi viaje de egresados del colegio secundario en 1994.  Algunas cosas mejoraban ostensiblemente respecto de los viajes anteriores además del  conocimiento personal y la experiencia, así  es el caso del equipo de lluvia que ahora era  importado de Brasil, de color negro, bastante más resistente a roturas y rajaduras, el casco,  las cámaras de fotos y hasta los mapas; aunque llevaba conmigo el clásico mapa carretero de  papel, ya había incorporado a la rutina del armado del viaje un CD-ROM con las distancias  entre ciudades y todas las rutas del país (aun no existía internet, al menos en Argentina). Con  el pasar de los años los cambios tecnológicos y de equipos serían considerablemente  importantes, lo que ayudaría a alivianar las travesías y por supuesto mejorarlas.  Fue en mayo de 2005 que tomé la Ruta Nacional 5 rumbo a Santa Rosa, La Pampa. Corté la  provincia de Buenos Aires justo por el medio con rumbo suroeste y llegué bastante pasado  por agua a la ciudad capital nombrada. Luego de comer algo livianito en una estación de  servicios y de esperar que amaine un poco la lluvia me dirigí a la ciudad de General Acha  para pasar mi primera noche de viaje, unos 700 kilómetros desde mi partida. Una vez  hospedado, bañado y cenado me acosté a dormir para recuperar fuerzas, viajar con lluvia es  realmente agotador y tendría que atravesar al día siguiente toda la provincia por la conocida  “ruta del desierto”.   De General Acha continué camino hacia Chacharramendi por la Ruta Provincial número 20  donde recargué combustible tanto en el tanque de mi motocicleta como en el bidón que  llevaba para tal ocasión. La idea era tratar de llegar a Picún Leufú luego de atravesar la capital  neuquina. El tramo de la ruta 20 luego de Chacharramendi hasta 25 de mayo es una recta de  unos 200 kilómetros completamente monótona y casi sin transito alguno por lo que  recomiendan, con muy buen tino, que se recorra totalmente descansado ya que la total aridez  del terreno y la soledad del lugar han provocado decenas de accidentes mortales de turistas  desprevenidos. Comprobando lo de la monotonía de esta aburrida ruta llegué a 25 de mayo  y continué camino hacia Neuquén. Nada más entrar en esta nueva provincia por un hermoso  puente sobre el Río Negro fue un verdadero placer, volví a recargar combustible y esta vez  sin comer nada me dirigí hacia la Ruta Nacional 22. La idea como dije era pasar la noche en  Picún Leufú para así desandar la parte más linda a Bariloche al siguiente día sabiendo de  antemano que el recorrido por la Ruta Nacional 237 hacia Piedra del Águila era para frenar  a cada momento a sacar fotografías por la cantidad de lagos, ríos y embalses que la  embellecen.   Quiso la mala fortuna, pero más una distracción personal, que tomara la Ruta Nacional 22 en  sentido inverso al que debía en Neuquén capital y anduviera unos 100 kilómetros hacia Villa  Regina en lugar de lo mencionado, y quiso la poca experiencia y la tozudez que tratara de  recuperar el tiempo perdido retomando lo mal andado a más de 150 kilómetros por hora. Para  cuando comenzó a caer la noche me encontraba muy lejos de mi destino para pernoctar y no  dejaba de acelerar la moto hasta que en una curva peligrosa en plena Ruta 237 a la altura de  la ciudad del Chocón me pasé de largo y volé como 20 metros con moto, equipaje y todo.   Dicen que de los errores se aprende, se aprende más de los dobles errores (yo cometí más de  uno ese día) y si Dios es benevolente y te deja seguir viviendo tenes la oportunidad de  corregirte.   ¡Yo corregí gracias a Dios mis errores! Nunca, nunca más volví a correr a altas velocidades  en mi moto para recuperar el tiempo perdido. Aprendí a fuerza de cuatro huesos rotos que  ningún tiempo es perdido y está claro… todo el tiempo es ganado, cada minuto, cada segundo  es ganancia pura en nuestras vidas.   Sin saberlo aún, levanté la moto y todo el equipaje desparramado con tres costillas fisuradas  y la clavícula derecha quebrada, y así me dirigí a la villa conocida como “Valle de los  Dinosaurios”, a unos 15 kilómetros desde donde me había puesto “el palo”. Tan solo llegar  a la sala de primeros auxilios, el frío y el dolor, me doblaron por la mitad y me desmayé.  ¡Sí, Manejé 15 kilómetros quebrado!  Cuando desperté estaba acostado en una camilla, calentito, tapado con una frazada y con un  cuello ortopédico. Luego de las preguntas de rigor, más pruebas de orina y sangre, me  subieron a una ambulancia y me derivaron a Neuquén capital ya que ellos no podían  realizarme otros estudios, ni enyesarme. Mi moto quedaría en la comisaría de la villa junto  con mis pertenencias.   Allá iba yo nuevamente hacia Neuquén capital, tercera vez en el mismo día, (1 cuando llegué,  2 al retomar el yerro y 3 en ambulancia). En el hospital “Dr. Eduardo Castro Rendón” de  dicha ciudad me realizaron los estudios pertinentes, me medicaron, me fajaron (vendaron)  las costillas y enyesaron los dos hombros para proteger y curar la clavícula. A las dos de la  mañana con el alta en la mano, cansado, dolorido y medio drogado salí a buscar hospedaje  para pasar la noche.   “Son experiencias” y “Estás vivo” era lo único que me repetía para tener fuerzas y valor. El  dolor era tremendo y la incertidumbre respecto de qué iba a hacer me agobiaba.    Al mediodía estaba en la comisaría de El Chocón junto a mi moto otra vez para aclarar mi  situación y decidir qué pasos iba a seguir. Luego de revisar toda la moto y encontrarla en  bastante buen estado, excepto por los plásticos, los espejos y el parabrisas, y analizar los  hechos por un buen rato llegué a la conclusión de que podía seguir camino a Bariloche en  micro desde Neuquén capital, principalmente porque ya tenía pagos el hotel y algunas  excursiones en esa ciudad y que podía retomar el camino a mi ciudad en Buenos Aires en  moto con unos días de descanso y con el yeso un poco más sueltito. ¡Difícil pero no  imposible! La otra opción era perder todo, llamar a mi hermano Maxi para que me fuera a  buscar (esto era perder más dinero), mandar la moto en un camión a Retiro o Liniers… No,  mucho lio. Tiempo tengo, dinero algo y huevos me sobran.  Después de Bariloche decido.   La pasé muy mal en el micro tanto de ida como de vuelta por culpa del yeso y las incansables  curvas y contra curvas del camino. En Bariloche no viví lo que se dice un viaje de egresados  por varias razones, entre ellas que no estaban mis compañeros de secundaria, (cosa que ya  sabía de ante mano), los medicamentos miorrelajantes y antiinflamatorios me tiraban a la  cama a las ocho de la noche y con la poca movilidad que tenía, está más que claro, no pude  hacer ningún deporte de montaña. En fin, pasé una semana más que nada descansando, sin  poder beber alcohol y mirando como los demás se divertían, pero no la pasé mal… ¡Estaba  vivo!   De regreso en la Villa El Chocón mojé el yeso por debajo de las axilas para aflojarlo y me  dediqué a poner en marcha y en condiciones la moto para volver, aunque sea en el doble de  tiempo que había tardado hasta ahí a la ida. Con la ayuda de los policías de la comisaría del  lugar empujamos la moto y logramos arrancarla, de manera que me dirigí a la ya “querida”  Neuquén, otra vez. (6° vez en menos de 10 días).  El viaje de regreso a Campana duró el doble que a la ida como estipulé y las razones eran  más que obvias, seguía con medicamentos relajantes, seguía dolorido y me cansaba más  rápido. La moto por su parte no aducía ningún tipo de problemas de tal manera que el último  tramo ya lo realicé a una velocidad crucero más llevadera.   En Campana luego del reto, ¡Y asombro! de todos los parientes y conocidos me volví a tratar  el hombro y las costillas. Al poco arreglé la moto y la vendí. Aunque tenía muy gratos  recuerdos con esa tremenda máquina sentía que ya había cumplido un ciclo y que su tiempo  conmigo había llegado a su fin. Algunos amigos pensaron que la venta se debía al susto del  accidente y aplaudían mi decisión de venderla, sin embargo, a los pocos meses redoblaba la  apuesta y compraba la misma Transalp pero unos modelos más nueva para volver a viajar en  moto por todo el país y para realizar lo que yo ya empezaba a llamar en mi cabeza: “El gran  viaje”.
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